martes, 27 de octubre de 2020

Shame on me

 

Su actitud positiva es un acto de constricción para mí. La manera como ella se levanta después de cada intento fallido no me deja otra opción que seguirle el paso y, ahí voy: a regañadientes a veces, otras de buen ánimo, no siempre soy el compañero ideal para esta lid. "Shame on me".

Me duele cada fracaso. Y no hablo de dolor corporal, sino de ese dolor en el alma, en lo interior, que no se quita ni durmiendo bien. Me duele como ella lo sigue intentando, callada, valiente, guapa, detallista, mística, con tanta fuerza de voluntad que bien podría mover una montaña si se lo propusiera. Y no exagero con el epíteto, más bien me quedo corto.

Me duele más aun el solo pensar que esto no tendrá un final feliz. Que es lo que dicta la lógica, la ciencia, el día a día: noche a noche. Porque somos diferentes, mucho, demasiado. Y es precisamente eso los que nos mantiene cada día más unidos, más compenetrados: más miserables diría yo; más bendecidos piensa ella.

No hay día en que no me sienta digno de ella. Soy consciente de que le hago la carga más pesada y no hago mucho por mejorar, o quizá simplemente es que ya no puedo hacerlo. En cambio ella si ha cambiado para bien: me consta en lo absoluto.

Me duele tanto talento echado por la borda, tanto amor desperdiciado, tantas ganas de no poder, de que otros si puedan y no lo hagan, de que la mayoría lo de por sentado, cuando solo un caso como el nuestro debería ser suficiente para sensibilizar a otros. Pero no lo es ni lo será.

Ella venció, ya salió victoriosa. Es unánime mi decisión y relevante ante todo. Vaya lucha la que le tocó. No necesita esperar ningún otro veredicto dentro de nueve meses, ni contar diez deditos en las manos y hasta diez en los pies para sentirse mujer.

lunes, 3 de agosto de 2020

La Pestalozzi

Creo que ya te lo conté antes, es lo de menos. Disculpa si me repito o te fastidio una vez más con mis diálogos cíclicos. La Pestalozzi tenía dos canchas múltiples, una en el patio de primaria, en frente de la entrada principal; y la otra en la parte posterior de los edificios, oculta de los mirones, donde hacían educación física los estudiantes de secundaria. Llamemos a la cancha de enfrente la cancha principal, aunque la de secundaria era más nueva y estaba en mejores condiciones. La principal tenía el piso todo agrietado y con desniveles, como estaba al frente del auditorio, del comedor y de la cantina siempre estaba sucia, porque además estaba rodeada de almendrones que vivían lagrimeando hojas y frutos pasados de maduro todo el tiempo. Los bate quebraos de secundaria la usábamos para jugar cuando no estaban los escuincles de primaria ocupándola, porque en la otra siempre estaban los más grandes o los mejores atletas del liceo practicando algún deporte y con ellos no había quien pudiera. A mí la cachetada me la zamparon en la cancha principal. Yo estaba pasando por una mala racha y eso nunca se me olvida. Una o dos semanas antes me habían expulsado porque el Coordinador, al que le apodábamos Condorito, me consiguió montado en el escritorio. Éramos la sección A de 7mo grado, estrenábamos camisa azul, y por aquel entonces, recuerdo que un profesor había faltado. Y esa era una de las grandes diferencias entre estudiar primaria y secundaria. Que en primaria si una maestra faltaba, inmediatamente te sacaban un suplente del área administrativa y te calabas tu horario de clases, metido en el salón, haciendo tareas pendientes o simplemente sentado en tu pupitre, dándole con la punta del lápiz mongol a la madera, para pasar el tiempo. En cambio, en secundaria si faltaba un profesor (fíjate que en primaria era maestra o maestro, en secundaria profe), lo diferente era que teníamos ese par de horas libres, porque había un profesor distinto por cada materia. Lo confirmaba El Semanero, la persona de turno que se rotaba según el orden alfabético del apellido en la lista, quién se encargaba de buscar en la oficina administrativa (La Dirección), la carpeta donde tenía que firmar el profesor su asistencia y anotar cualquier comentario o suceso excepcional de la clase: por ejemplo, si alguien faltó a la clase, o si hubo algún inconveniente con uno de los alumnos. Al finalizar la clase el semanero tomaba la carpeta amarrilla y la llevaba de vuelta a La Dirección. En algunos casos, si había algún comentario disciplinario, el profe lo llevaba directamente para evitar rumores o fuga de información, aunque había Semaneros tan jala-mecates, que se habían ganado la total confianza del profe o la profe y sabían todo lo que ellos habían escrito en la carpeta, que por lo general era de esas carpeta cartón color amarilla. Recuerdo que en los tiempos de Cadivi, veíamos a muchos paisanos con su carpeta terciada debajo del brazo esperando a ser atendidos en las oficinas bancarias y decíamos: “Chávez hizo del Semanero el prototipo nacional”. Cuando me expulsaron, yo era el semanero esa tarde, en las que una de las profesoras faltó y teníamos dos horas de clases libre (cada hora de clases tenía una duración en tiempo de 45 minutos). Los compañeros estaban desesperados por irse y me estaban presionando y haciendo bullying, cosa normal porque yo era el de menos estatura de la clase. Aunque siendo la sección A no es que los demás eran muy fornidos que se diga. En la A por uso y costumbre siempre estábamos los más bien portados, por no decir los más débiles. Fui a La Dirección a confirmar la ausencia de la profe, luego de 15 minutos transcurridos, tal cual lo indicaba el procedimiento. En aquellos tiempos no había ni telefonía móvil ni facilidades de comunicación como las hay ahora, y a veces, a algún profesor se le hacía tarde, llegaba al salón y no encontraba a los alumnos y se armaba el tejemaneje. Para evitar esos malentendidos el semanero tenía que recibir la aprobación de La Dirección, antes de autorizar a los alumnos a abandonar el salón de clases. En efecto, me confirma La secretaria que la profesora no viene y que los alumnos están autorizados a abandonar el salón o hacer lo que les plazca. Yo, para hacerme el importante, al regresar al salón me pongo medio dramático y no suelto prendas de buenas a primeras. Los más bochincheros comienzan a alzar la voz y el ambiente se altera. A mí no se me pudo ocurrir otra mejor idea que subirme al escritorio y hacer muecas a lo Chaplin en el Gran Dictador: de viva voz comienzo mi discurso por el cual me hice célebre por un buen tiempo: “lo siento por ustedes si tienen mejores cosas que hacer, eso no es mi problema. Soy el más grande, y ustedes me tienen que obedecer…), cinco segundos de fama, cinco años de chalequeo. La Semanera estrella de la clase, la metiche jala-mecates, se había ido a La Dirección a ponernos la piedra. Así que no había yo muy bien comenzado a hablar desde mi auditorio improvisado cuando ya tenía a Condorito en la puerta del salón haciéndome señas, moviendo sin ton ni son su cabeza lo que le permitía su toconcho cuello, para que lo acompañara a su oficina. Me metieron tres días de suspensión. Salí barato porque hasta ese entonces tenía muy buena reputación en La Pestalozzi, no tanto yo sino mi apellido. Mis dos hermanos mayores habían pasado por allí dejando buenas notas y conducta ejemplar, al menos eso decían (a mí no me constaba). Volviendo al tema de la cachetada, si, ya sabes quien me la metió. A mí me bautizaron “soy el más grande”, pero la raya como jala-mecates que ella se ganó fue tan humillante que terminó cambiándose de Liceo. El espanto de La Pestalozzi es testigo de esto que te cuento... El cuento de la  que espanta en la planta de primaria lo dejamos para después...


miércoles, 8 de abril de 2020

Apuntes en tiempos de cuarentena



¡Eh! ¡Que viene el lobo! Y el lobo vino está vez disfrazado de virus chino y tarde, muy tarde reaccionamos. Al percatarnos, el lobo ya devoraba nuestras entrañas. Expusimos a los más débiles, a quienes menos se merecían morir de esta manera: sesenta, setenta, ochenta, noventa años dando ejemplo de cómo se llega a la meta de manera digna, para venir a contagiarles un virus que de a poco les quita la respiración y de manera dolorosa los aísla y les hace sentir que estorban. Estorban a la economía y amenazan el futuro (el mal concepto de futuro insostenible de esta generación, la mía), presagiando que ya nada será como antes: era muy frágil la burbuja como para durar un siglo. En menos de una quincena pasaron los españoles de hacer bromas con la crisis que se vivían en Italia a superarles en desgracia. A principios de febrero el virus zarandeaba a Italia sin tregua, y ellos siendo los primeros en occidente en sufrirlo no sabían si huir hacia adelante a lo pendenciero o resguardarse, como lo recomendaban los asiáticos, prácticos en estas lides. Pasó Italia a ser el patito feo, el lugar apestado al que nadie quiere ir; pero el mundo se seguía moviendo bajo la misma lógica perversa, los precios de los vuelos y hospedajes por los suelos, mientras el corona se multiplicaba por el aire. 15 euros de Madrid a Roma, 25 euros por una habitación con vista il Corso. Y en las redes sociales, madrileños y catalanes por fin se ponían de acuerdo en algo: romantizar el duelo que se vivía en Italia haciendo hilos de mal gusto en tuiter.

¡Eh! ¡Que viene el lobo! La contesta del maestro Rafael Cadenas no podía ser más premonitoria, ahora que el lobo llegó: “Nadie oyó ese grito. Fue inútil: los españoles, sin darse cuenta, dormían con el lobo porque estaban llenos de futuro”.

A mediados de marzo, ya en España se vivía la crisis y eran los británicos quienes se sentían inmunes. Hoy en día, a principios de abril, con casi cien mil muertos a nivel mundial y contando, está el primer ministro inglés en cuidados intensivos y no quedan incrédulos, aunque si muchos necios, que no teniendo oficio pero si ganas de opinar, comienzan a cuestionar a todos menos a su semblanza. Y cuando todo esto pase, ¡que pasará!, seguros de nuestra corta memoria, vendrán con sus lentes de montura, sus cabellos despeinados y su dicción exquisita, a darnos lecciones de compostura y jalones de oreja a quienes por solidaridad o fe (no me refiero a mi persona) actuamos acorde a las circunstancias. Vendrán con sus verdades a cuestionar nuestros misterios, con sus vastos conocimientos a poner en ridículo nuestra minúscula fe (como si la fe no requiere de tanto esfuerzo que tenerla del tamaño de un grano de mostaza es más que suficiente), y con su arrogancia (cara rígida, mentón levantado) a ocupar el lugar en el trono que alguien tiene que ocupar, tergiversándolo todo, para arrearnos como el rebaño que siempre hemos sido. ¡Deberían dejarse el tapabocas de por vida!

Volviendo a Cadenas. Dijo Georg Johannesen: “Los sabios callan en los malos tiempos. Yo: en los malos tiempos no soy sabio. Canto y hablo de los malos tiempos”. A lo que contestó: “Hablas por los sabios y ellos te agradecerán el silencio que les regalas. Se lo merecen. Pero algo deben decir. Se han dado de baja en el tiempo, la historia no les preocupa”. No hay más que agregar….

¿Y qué hay de Venezuela? Porque todo lo que a mi concierne, tiene que ver con Venezuela, y todo lo que pasa en Venezuela, me concierne, aun estando a miles de kilómetros. Me abate el solo pensar lo que el virus puede causar al país. Que el gobierno, al igual que todos los gobiernos del mundo va a ocultar cifras y que cuando la crisis exponga sus negligencias van a pretender lavarse las manos, como si con ello pudieran disimular lo embarrado de mierda que tienen el resto del cuerpo, desde la cabeza hasta los pies. Allá ellos, los políticos y sus desmanes. Nosotros, como venezolanos no podemos dejarnos confundir. La salvación de Venezuela, que la hay, pasa por nosotros, en el estricto sentido de que no puede haber un cambio radical en el país sin nuestro compromiso y acción. Luego, habría que añadirle cualquier apoyo extranjero, que la gravedad lo amerita, pero una línea de acción no tiene conflicto con la otra, más bien se complementan.

lunes, 23 de marzo de 2020

Trato (empalagoso, spoiler alert)



Trato, trato en lo posible de ser algo en la vida. Aunque se me niega todo y, termino donde comencé, sin encontrar una salida. A veces hay indicios que me confunden y por confundido acelero, solo para darme cuenta de que mientras más me esfuerzo, más duro es la caída.

Entonces cambio de estrategia, y me pongo a leer poesía. Sin embargo. una cosa es lo que yo leo y otra muy distinta lo que ellos decir querían. Los grandes poetas no decían lo que dijeron cuando su poema escribían. Siendo ellos tan sabios, cómo por ejemplo, no podían darse cuenta de que el cielo, invariablemente de su color: no siente ni tristeza ni alegría. Que el lirio no está rebosante de optimismo cuando florece ni la orquídea pesimista en su desidia.

Pero leer sirve de algo, aunque tan solo leer no te salva ni te condena. La lectura me hace ver el mundo desde diferentes perspectivas, porque de quienes leo, su manera particular de ver el mundo es lo que me cautiva. Cada cabeza es un mundo, y cada circunstancia es una poesía.

Así que leer me ha enseñado, al menos a mí, de que cuando veo un lirio triste no es el lirio quien está triste sino yo a causa de una particular desdicha. Y de que cuando veo a una orquídea y digo: que hermosa, que radiante, soy yo quien está pasando por una buena racha. Porque nunca veras al deprimido, por ahí por los jardines, tomando fotografías. ¡No es tan fácil la vida!

Si la vida fuera así de fácil, el insomnio no existiría. Dormiríamos seis, siete, ocho horas; sin importar si es de noche o es de día. Nuestro reflejo es el que se manifiesta, en lo que suponemos que está pasando a nuestro alrededor. La primavera será primavera siempre en mayo, y no en diciembre cuando la lluvia no es necesaria ni bienvenida.

Trato de sacar lo bueno de esta pandemia. A fin de cuentas es el presente y es la cuarentena la que rige nuestros días. Lo complejo es que al parecer nadie tiene a la mano lo que necesita o lo que te es ajeno es lo que te priva. Aquí en Arabia, donde estoy: claustro; no hay vino ni pornografía. Eso sí, hay dinero en la cuenta, para hacer el chiste más cruel todavía. Que diferente fuera que yo estuviera en mi tierra, y no aquí en el exilio: donde te sientes en cuarentena aun cuando vida normal había.