miércoles, 23 de noviembre de 2011

Reflexión de presidente Uruguay Mujica

José Mujica (Presidente de Uruguay):

Ustedes saben mejor que nadie que en el conocimiento y la cultura no sólo hay esfuerzo sino también placer.

Dicen que la gente que trota por la rambla, llega un punto en el que entra en una especie de éxtasis donde ya no existe el cansancio y sólo le queda el placer.

Creo que con el conocimiento y la cultura pasa lo mismo. Llega un punto donde estudiar, o investigar, o aprender, ya no es un esfuerzo y es puro disfrute.

¡Qué bueno sería que estos manjares estuviera
a disposición de mucha gente!

Qué bueno sería, si en la canasta de la calidad de la vida que el Uruguay puede ofrecer a su gente, hubiera una buena cantidad de consumos intelectuales.

No porque sea elegante sino porque es placentero.

Porque se disfruta, con la misma intensidad con la que se puede disfrutar un plato de tallarines.

¡No hay una lista obligatoria de las cosas que nos hacen felices!

Algunos pueden pensar que el mundo ideal es un lugar repleto de shopping centers.

En ese mundo la gente es feliz porque todos pueden salir llenos de bolsas de ropa nueva y de cajas de electrodomésticos.

No tengo nada contra esa visión, sólo digo que no es la única posible.

Digo que también podemos pensar en un país donde la gente elige arreglar las cosas en lugar de tirarlas, elige un auto chico en lugar de un auto grande, elige abrigarse en lugar de subir la calefacción.

Despilfarrar no es lo que hacen las sociedades más maduras. Vayan a Holanda y vean las ciudades repletas de bicicletas. Allí se van a dar cuenta de que el consumismo no es la elección de la verdadera aristocracia de la humanidad. Es la elección de los noveleros y los frívolos.

Los holandeses andan en bicicleta, las usan para ir a trabajar pero también para ir a los conciertos o a los parques.

Porque han llegado a un nivel en el que su felicidad cotidiana se alimenta tanto de consumos materiales como intelectuales.

Así que amigos, vayan y contagien el placer por el conocimiento.

En paralelo, mi modesta contribución va a ser tratar de que los uruguayos anden de bicicleteada en bicicleteada.

LA EDUCACION ES EL CAMINO

Y amigos, el puente entre este hoy y ese mañana que queremos tiene un nombre y se llama educación.

Y mire que es un puente largo y difícil de cruzar.

Porque una cosa es la retórica de la educación y otra cosa es que nos decidamos a hacer los sacrificios que implica lanzar un gran esfuerzo educativo y sostenerlo en el tiempo.

Las inversiones en educación son de rendimiento lento, no le lucen a ningún gobierno, movilizan resistencias y obligan a postergar otras demandas.
Pero hay que hacerlo.

Se lo debemos a nuestros hijos y nietos.

Y hay que hacerlo ahora, cuando todavía está fresco el milagro tecnológico de Internet y se abren oportunidades nunca vistas de acceso al conocimiento.

Yo me crié con la radio, vi nacer la televisión, después la televisión en colores, después las transmisiones por satélite.

Después resultó que en mi televisor aparecían cuarenta canales, incluidos los que trasmitían en directo desde Estados Unidos, España e Italia.

Después los celulares y después la computadora, que al principio sólo servía para procesar números.

Cada una de esas veces, me quedé con la boca abierta.

Pero ahora con Internet se me agotó la capacidad de sorpresa.

Me siento como aquellos humanos que vieron una rueda por primera vez.

O como los que vieron el fuego por primera vez.

Uno siente que le tocó en suerte vivir un hito en la historia.

Se están abriendo las puertas de todas las bibliotecas y de todos los museos; van a estar a disposición, todas las revistas científicas y todos los libros del mundo.

Y probablemente todas las películas y todas las músicas del mundo.

Es abrumador.

Por eso necesitamos que todos los uruguayos y sobre todo los uruguayitos sepan nadar en ese torrente.

Hay que subirse a esa corriente y navegar en ella como pez en el agua.

Lo conseguiremos si está sólida esa matriz intelectual de la que hablábamos antes.

Si nuestros chiquilines saben razonar en orden y saben hacerse las preguntas que valen la pena.

Es como una carrera en dos pistas, allá arriba en el mundo el océano de información, acá abajo preparándonos para la navegación trasatlántica.

Escuelas de tiempo completo, facultades en el interior, enseñanza terciaria masificada.

Y probablemente, inglés desde el preescolar en la enseñanza pública.

Porque el inglés no es el idioma que hablan los yanquis, es el idioma con el que los chinos se entienden con el mundo.

No podemos estar afuera. No podemos dejar afuera a nuestros chiquilines.

Esas son las herramientas que nos habilitan a interactuar con la explosión universal del conocimiento.

Este mundo nuevo no nos simplifica la vida, nos la complica..

Nos obliga a ir más lejos y más hondo en la educación.
No hay tarea más grande delante de nosotros.

lunes, 25 de julio de 2011

Cuando falta el amor sobra el entendimiento...

Y no miento con esta frase, cuando falta el amor sobra el entendimiento.

El amor es inversamente proporcional al entendimiento, y vaya que no miento.

Ella mientras me amaba me justificaba, sin reclamarme.

Después, cuando me reclamaba, era porque ya no me amaba o estaba dejando de amarme.

Se refería a mi como uno más de todos los hombres, idéntico a los demás.

No se fijaba que yo era diferente, ella solo veía lo que tenía entre la sien y la frente.

¿Acaso una bacinilla que jamás ha sido usada, nueva sin estrenar, se puede considerar menos pulcra para tomar agua que un vaso ya usado y sin lavar?

Pero la bacinilla es bacinilla y nadie la va siquiera a mirar. Nació condenada por los estereotipos y bacinilla inmunda será hasta la eternidad.

Así me veía ella a mí, dejándose llevar por las apariencias y por sus evaluaciones de mi ascendencia familiar.

Y basto que le dijera que todo lo nuestro era una ilusión para que se marchara sin mirar más nunca atrás.

No me dejo siquiera terminar la frase: que para mí era una ilusión, un pensamiento no materializado; una palabra aprendida pero jamás dicha; sexo de ir y venir, sin acabar...

lunes, 4 de abril de 2011

In medias res

Igual que todas las recientes noches anteriores, mecánicamente, cada uno se acostó en un extremo de la cama dándole la espalda al otro, negándose el beso de buenas noches. La misma discusión sin llegar a ningún acuerdo no hacía más que resaltar las características menos agradables de cada uno. Se hablaron en un elevado tono de voz y, ya ni siquiera defendían con argumentos su posición. El asunto se había convertido en una mera confrontación de egos; como quienes pulsean, se miraban a la cara con rabia y ninguno estaba dispuesto a ceder.
Últimamente, ella no dormía bien y se levantaba con dolores de cabeza, pero esta vez cayó profundo. Soñaba que estaba en un vivero natural, al pie de una majestuosa montaña donde todo era verde y apacible; y ella era las más bella flor del lugar, hecha a la perfección ─prolijamente moldeada a semejanza de otras─, con las mejores virtudes de cada cual. Tenía la sensualidad y elegancia del jazmín; la altivez de la rosa amarilla que levantaba celos en las demás; la indiferencia de la hortensia que le permitía ignorar a quienes hablaban mal de ella; la fragancia cautivadora del geranio y la sutileza al tacto del singonio… Dados sus aires de superioridad, veía a las demás flores imperfectas, desgraciadas, llenas de espinas que delataban su rencor. Llegó incluso a sentir lástima por ellas, pero eso no afectaba en los más mínimo sus emociones. Ella era perfecta, esa era una razón más que suficiente para estar feliz.
A su lado, él también soñaba con una flor. Con una flor femenina que siendo voluptuosa y frívola, estimulaba la lujuria en todas las flores masculinas del entorno. Y esa flor era precisamente su pareja, una flor tan mutada que no se parecía en nada a la que una vez desposó. Y cuando la tocaba, sentía que no la tocaba a ella, sino a algo inerte, carente de sensibilidad. Sin sentimientos, solo vanidad. Y de qué le valía a él todo el amor genuino que sentía por ella, si no lo iba a valorar. A ella se le iba la vida cuidando su perfecta, pero delicada apariencia. Se había convertido en esclava de su presunción; no podía exponerse al sol ni al rocio, porque le hacía mal.
Él, hastiado por la situación, buscó la manera de hacerla recapacitar.
─¿Acaso a esto se le puede llamar vivir? ─le interrogó.
Ella ni se inmutaba, permanecía inmóvil, como si estuviera en otro lugar. Él, siguió con el monólogo sin reparar en su ausentismo.
─De qué te vale tu depurada belleza, si a fin de cuentas eres una tosca imitación de otras que en algún momento alcanzaron la belleza a plenitud; no te das cuenta de que has sido alienada, y lo que presumes no es digno de estimación. Quién te dijo que congelar ese instante sublime para siempre te haría más hermosa de lo que alguna vez fuiste. Seguramente te lo dijo quien te creó, quien te moldeó según sus imposiciones. Lamento decirte que no es así, que se valora lo bello en función de muchas cosas, no es tan sencillo como parece; es mucho más complejo que una simple transformación.
Ella seguía indiferente, segura de su perfección. Verla tan inmutable después de todo lo que le había dicho, aumentó su ofuscación. Insistió, tratando de ser más incisivo:
─¿Acaso no sabes que la perfección es relativa? Pareces perfecta a primera vista, pero a fin de cuenta, todos te tratan como un objeto de decoración. Podrías vivir sin envejecer cien, quinientos, mil años, pero jamás volverás a sentir amor. Así que, de qué te vale vivir tanto tiempo, si siempre estarás confinada a lo superfluo; a lo sumo te acariciarían dependiendo de la ocasión.
Ella seguía distante. Entonces, él cayó en cuenta de que la modesta violeta que alguna vez fue su esposa, ahora era una simple flor artificial; que lo frívolo carece de los cinco sentidos y por ello, jamás lograría llamar su atención. Se despertó de un tirón, le dio tanta rabia ver a su esposa dormir tan profundamente cuando él apenas podía contener la respiración.
─¡Aún falta mucho para el amanecer! ─se dijo a si mismo, entonces decidió ir a la cocina a tomar agua y a recapitular sobre la decisión que tomaría si su esposa seguía empeñada en hacerse la operación.
Pero, él desconocía que ella también soñaba, y mucho menos se iba a imaginar que ella también soñaba que era una flor. Que era la flor más bella que jamás había existido, que hasta la montaña se rendía a su belleza sin igual. Y en el sueño de ella llegó el verano, y a causa del inclemente sol, ella al igual que las otras flores comenzó a palidecer y a perder su resplandor; luego vino el otoño, muchas quedaron desnudas y ella sin embargo, mantenía su porte aunque con menos candor. También había perdido su perfume; después se hizo presente el invierno trayendo consigo lo peor porque a pesar de que su condición artificial la hacía inmune a los parásitos y a la humedad, el agua desnudó por completo sus finos acabados. Ahora se le veían los desagradables detalles que minuciosamente habían sido escondidos, y todo el silicón que habían usado durante su manufactura. Por último, volvió la primavera y las demás flores, imperfectas, espinosas, florecieron según sus características y ella, que un año antes se jactaba de tanta belleza, fue echada a la basura y reemplazada por una nueva invención…
Asustada por ese aciago final, se despertó agradeciéndole a Dios de que solo era un sueño; por un momento tuvo la sensación de que todo sucedía en realidad. Notó que su esposo no estaba en la cama y aún sobresaltada se apresuró a buscarlo. Le volvió el alma al cuerpo cuando lo encontró medio dormido en un sillón. Se sentó en su regazo ─estaba, al igual que una margarita, llena de dudas─ y, entre bostezos le dijo que pensaría mejor lo de la operación…

miércoles, 2 de marzo de 2011

La involución

¿Será que me saco esto de una vez por todas y vomito todo este rollo existencial? ¿Será que si lo hago podré dormir en paz? Sylvia busca papel y lápiz, y sin que le tiemble el pulso comienza a redactar…
Desde su concepción, Sylvia fue muy consentida. Su llegada significó la salvación de un matrimonio que por las diferencias, estaba a punto de colapsar (él era demasiado nervioso y pragmático; ella flemática y perfeccionista). Así lo sentía él, así lo sentía ella. ¡Un mensaje de Dios! Ahora, ambos, tendrían algo propio que les motivaría a continuar mitigando el peso de la vida conyugal, y le daría sentido a muchos sacrificios que antes no tenían razón de ser, o simplemente no valían la pena: “El sexo no vale tanto”, —pensaba él; “es que hasta el sexo se ha vuelto mera formalidad”, —pensaba ella.
Sylvia fue un regalo de la vida: su inocencia, su carisma, su parecido físico a la madre y su manera de ser -copiada al calco del padre-, fue el aditivo necesario y perfecto para revivir la pasión y el amor, que se habían devaluado paulatinamente por la fricción y los egos de cada quien. De niña, tenía el cabello ondulado color ceniza, ojos grandes, azules y vivos que opacaban cualquier otro rasgo, una sonrisa a medio terminar que parecía más fingida que natural, pies planos que conllevaron al uso de zapatos ortopédicos y, un lunar en forma de mapa en la espalda baja, que eran el único −pero contundente− indicio físico de que era hija de su papá.
***
Ahora, Sylvia está cansada de tanto luchar contra un enemigo imperecedero: “el sentimiento de culpa”. A estas alturas, ya no tiene caso fracasar. Sólo alguien le importa, y con ella se va a justificar.
Veinte años atrás, una mañana, su padre retrocedía el carro, mientras salía del garaje para ir a trabajar. De repente, siente que impacta con algo y de manera simultánea escucha el grito de ella, que estaba parada frente a la puerta de la casa. Al Percibir el dolor en el rostro de su esposa, frena con prisa invadido por los nervios. Salió del carro, aturdido por los gritos de ella: “Silvia, Silvia… La niña…” Las piernas le temblaban; desesperado, dirigió la mirada hacia atrás y vió que la niña yacía en el piso, y que había un zapato ortopédico muy cerca de la rueda; lo pateó con rabia (él sabe que los músculos se relajan al momento de morir) e instintivamente sacó su arma de reglamento y se dejó llevar por el demonio, el que siempre está a la espera de una oportunidad.
***
Sylvia ha pasado toda su vida intentado recapitular mentalmente lo sucedido aquella mañana, contrariando a los psicólogos que le recomendaban olvidar. Tiene vacíos, pero se aferra con todas su ganas a mantener visible en su cabeza la silueta de su papá. A menudo sueña con el estridente sonido de la percusión, que ese día, súbitamente le hizo reaccionar. Para madre e hija, desde aquella mañana la vida jamás volvió a su normalidad. Su mamá nunca se volvió a enamorar y ella dejó de ser la misma, a pesar de que con tan sólo cinco años, era imposible que comprendiera cabalmente lo sucedido. Lo primero que hicieron fue mudarse. Intentaron vender la casa, pero nadie la quiso comprar. Nada infunde más morbo que un suicidio y más cuando este llega a oídos de toda la vecindad.
***
Sylvia quiere desahogarse, quiere exorcizar sus demonios, por tal razón escribe la carta. En ella deja claro que está consciente de su decisión. Desde que murió su madre, cinco años atrás, en el funeral, comienza a considerarlo.
A medida que fue creciendo, una escena en especial, recurría con frecuencia: ella y su padre, camino al pre-escolar y sus diálogos: “papi, por qué chocan contra el cristal”, —le preguntaba cada vez que una o varias mariposas se estampaban contra el parabrisas del carro. La respuesta de su padre variaba, dependiendo del estado de ánimo: “Para mostrarnos su belleza, Silvia”, “Porque no se fijan por donde van”; o algunas más complejas como: “Porque temen volver a ser orugas”, “Porque son unas kamikazes”. A cada respuesta de él, surgía otra pregunta de ella, lo que hacia la historia de nunca acabar. A medida que iba ampliando sus conocimientos, más indagaba acerca del tema. Cuando investigó que “Sylvia” era el nombre de una conocida especie de mariposa, hecha un manojo de nervios le preguntó a su mamá que de dónde había escogido ese nombre: “ese fue tu papá, quién desde que supo que ibas a ser una niña, quiso llamarte así, y no recuerdo el porqué…”. En otra oportunidad, Sylvia dejó a todos impresionados en la clase de Historia Universal cuando con simpleza aclaró que el término “kamikaze” no tenía nada que ver con “suicida” en Japón. Tampoco consideraba kamikaze ni suicida a su papá, porque sabía que él había actuado de manera instintiva y sin premeditación. Ni siquiera su esposa, que lo conocía más que nadie, esperaba esa reacción.
***
A sus veinticinco años, Sylvia se ha descuidado, mantiene la misma cara de niña, aunque tiene unas pecas que le dan otro matiz; los ojos azulados ya no brillan como antes. No hace dietas, sin embargo está muy flaca y, no le preocupa en lo más mínimo su apariencia. Se resiste a toda costa a relacionarse porque no quiere sobrecargar a otra persona con su carga emocional. A veces siente necesidad de compañía, pero hay otros fantasmas que a menudo la invitan a claudicar. Los sentimientos de culpa y de desgracia le tienden emboscadas y no la dejan en paz. En la redacción cuenta con lujo de detalles todo lo que sabe desde el día de la muerte de su papá. Habla de sus sueños, de sus pesadillas, de las conversaciones que de vez en cuando tenía con su mamá. No quiere dejar cabos sueltos y se concentra en recordar. La vida no es tan cruel (a fin de cuentas), siempre nos muestra una puerta de emergencia que invita a escapar. Hace una pausa para preparar el brebaje; el día está soleado y un tropel de recién transformadas mariposas vuela del lado de afuera del ventanal. Toma un sorbo de la bebida y se sienta a esperar por los síntomas que, según leyó, de un momento a otro se van a manifestar. Está nerviosa y divaga. Comienza a ver orugas, ve la imagen nítida de su papá, se ve a ella misma corriendo con un zapato en la mano sin fijarse en el carro que comienza a andar; se ve reflejada en los ojos de él, y detrás ve corriendo a su mamá… La imagen se va nublando, escucha voces, la voz de su papá que le grita… Se arrastra como si una oruga; cada vez se siente más débil, minúscula, ya no sabe si sueña o simplemente comenzó el viaje a la eternidad…

FIN