viernes, 16 de noviembre de 2012

Feliz Navidad

Faltan tres meses. Noventa días. Un día pasa rápido, efímero. Dormir seis horas, despertar escuchando el canto del gallo, poner a hervir agua para el café mientras me ducho. La rutina, el teléfono, la comida y a la cama nuevamente. Soy tan descifrable. La cuestión es “los ochentaynueve días restantes”. En cambio tu, tan ocupada, tan metida en tu día a día, tan espontánea. Sin tiempo para leer, mucho menos para escribir. Vas siempre de prisa porque el tiempo no te alcanza. La lista de cosas por hacer amenaza con extenderse hasta el infinito. Todo se posterga, nada concluye. En cambio yo, macilento, escribiendo para ahogar el tiempo. Esperando que se haga de noche para tachar un día más en el calendario, un día menos para la navidad.

*** Falta mes y medio. Cuarentaycinco días. La misma rutina, el mismo ir y venir. La ropa se me desgasta, la piel se me curte, las ganas se me esfuman. Te estremezco en mis pensamientos, pero no sé cómo hacerte sentir esto que siento. Soy tan aburrido, tan inexpresivo, tan distante. En cambio tu, tan segura de ti misma. Tan radiante y jovial. Las cremas hacen milagro, eres consciente de tu eterna juventud. Eres impermeable al desaliento y nada te perturba. Para mí: “eres una renovada y constante ilusión".

*** Falta un mes. Treinta días. Se dice rápido, se lee fácil. No te conté nunca que el veinticuatro me huele a zapato nuevo. Qué raro soy, ¿No? En mi infancia, era el único día del año en el cual estrenaba zapatos deportivos. Los ortopédicos eran tan cuadrados, siempre pelados en la punta y mal gastados en el tacón. Destapar la caja y oler los zapatos era mi tradición. Ese olor me hacía sentir en la gloria. Ni el olor a pólvora de las estridentes estrellitas, ni el regalo del Niño Jesús me sacaban de ese trance. El juguete a las cuatro horas de uso me fastidiaba, las estrellitas me solían quemar la yema de los dedos. En cambio, mis zapatos nuevos y su particular olor eran tan imponentes. El veinticinco los guardaba y el primer día de clases en enero tenía licencia para volvérmelos a poner. Entre tropiezos iba tan feliz al colegio. Los zapatos ortopédicos podían esperar. En cambio tu, tan elegante, con el puente de los pies tan bien formado. Te pienso vistiendo botas de piel hasta las rodillas, falda a medio muslo. No se ve mucho, yo me lo imagino todo. Es tan ambigua mi imaginación. Es tan imponente tu presencia.

*** Faltan quince días. Casualidad que hoy cayó en domingo. El insomnio se antojó de levantarme tan temprano. Las tres y cincuenta. Hoy le gané al gallo. Al levantarme pegué un grito, lo estremecí. Ni se inmutó, simplemente cantó; que manera de aguarme la fiesta. Qué rayos hago parado un domingo a estas horas. Para el indiferente gallo todos los días es lo mismo, para mí no: soy tan cambiante. Se me hacen tan largos los domingos. Son tan parsimoniosos, tan parecidos, tan seguros de sí mismos. En cambio tu, que disfrutas los domingos tanto. Dormir y dormir. Levantarte, arreglarte las uñas y a dormir otra vez. Sin pesadillas, sin remordimientos, sin aspavientos. Eres tan predecible.

*** Falta una semana. El próximo lunes será completamente diferente a este lunes. Tengo tantos planes por hacer. La ansiedad me toma por asalto, la yema de los dedos me sudan, las viejas manías me vuelven a invadir. Te prometí no volver a sonarme los dedos, como hacerte ver que es un instinto que no puedo controlar. Y sin embargo tu, que sonríes y lo arreglas todo. Que basta con sacudirte el cabello para hacerte sentir. Tan frágil, con ese tono de voz que a cualquier palabra le pone canción y que a mí me pone tan cursi. Aquí me tienes, escribiendo palabrerías sin ir a ninguna dirección. Me sonroja saber que me leerás; por compromiso, por piedad, quizá porque sabes que te lo voy a preguntar. Quisiera entretenerte, hacerte pasar un rato diferente, sacarte de tu rutina con mi hastío. Somos tan vulnerables.

*** Llegó el día. Hoy me dio por imaginar que es lunes veinticuatro. Ya sabes cuales son mis intenciones. El olor a zapato nuevo es simbólico, inherente a mí, bien fijado en mi imaginación. Si lloro a tu lado, el llanto es redentor, es recompensa, es hacerme sentir vivo, es darle sentido al sacrificio, a lo que creemos, es hacernos fuerte en nuestra convicción. Si tu lloras a mi lado, sabes que te abrazaré fuerte, estarás segura por ese instante y sabrás que soy también para ti: “una constante y renovada ilusión”.