sábado, 9 de noviembre de 2013

¡...Somos todos!


¡...Somos todos! No recuerdo cuándo fue la última vez que monté una bicicleta. Me refiero a una bicicleta tipo “cross”. Mi niñez está llena de recuerdos en bicicleta. Aprender a manejar bicicleta fue el mayor reto que superé de niño. Me parecía tan difícil al principio llegar a mantener el equilibrio moviéndome en esas dos ruedas. Luego que aprendí a defenderme, otros riesgos vinieron: manejar sin las manos puestas en los mangos, a levantarla caballito e incluso a subir aceras y saltar obstáculos. Aún tengo cicatrices y secuelas de aquellas maniobras suicidas. No hay nada que me traslade más rápido a mi infancia que ver a un niño manejando bicicleta. Y hablar de aquella época es hablar de Coro, por defecto. Allí crecí. Y mencionar a Coro, es traer a colación a Venezuela. Alguna vez en la vida, ¡nostálgicos somos todos!

La última vez que estuve en Venezuela fue breve la estadía. Al desembarcar, noté que habían impregnado los muros del pasillo de bienvenida con coloridos anuncios cuyo fin evidente era resaltar los logros de lo que llaman revolución. No sé si por morbo o simplemente por querer absorberlo todo, me fui fijando en cada uno de ellos: “somos el país con la mejor distribución de la riqueza en el mundo”; “tenemos la tasa académica más alta de América”; “avanzamos hacia la mayor inclusión social de Latinoamérica“; “el Gobierno Revolucionario te da la bienvenida…”; y por último la más cínica de sus propagandas, la que más desprecio: “¡ahora Venezuela es de todos!”

De esta manera, quienes nos visitan comienzan a recibir sus dosis de proselitismo sin reparos. No creo que en este mundo tan globalizado alguien vaya a visitar Venezuela engañado o al menos inadvertido de lo que se va a conseguir. Todos los foráneos parecen traer un folleto con indicaciones específicas de cómo proceder. De todas maneras, nuestro país te juega limpio y quizás esa sea una de las principales razones por la cual muchos quieren volver una y otra vez. Solo es cuestión de percibir las señales que se te revelan, sin perder tiempo, desde que pisas el aeropuerto. Por ejemplo, al final del corredor de entrada hay una escalera mecánica que no se mueve, creando así el primer embotellamiento de los muchos que están por venir. Más adelante hay unos baños en cuyos tabiques no cabe una raya más y no hace falta entender español para caer en cuenta de que esos grotescos grafitos en su mayoría aluden al sexo. Además, mientras esperas el equipaje, en algún momento alguien con cara de buen samaritano se te va a acercar a sugerirte un favor o un negocio: “pana, comprame un tv allí en el duty free, yo te doy la plata” o, “pago dólares a equis precio”. Pareciera que en Venezuela, ¡comerciantes somos todos!

Y hoy veo que los saqueos son noticia. Que de a poco se comienza a repetir la historia. Que somos un país que parece no querer aprender de los errores propios, mucho menos los ajenos. Que todo es una guachafa. Que seguimos viviendo para el día a día como si fuera verdad que el mundo se va a acabar de un momento a otro. Y así, en esa crisis tan arrecha que estamos seguimos creyéndonos los protagonistas. Que de Bolívar lo único que heredamos son esas ganas de ser el centro de atención y no sus insomnios visionarios. Que el niño es llorón y la mamá que lo pellizca, porque viene esa paisana y gana el Miss Universo volviéndonos a inflar el ego. Que sabemos que la vaina está cada día peor, pero ponemos nuestras esperanzas en un superhéroe que no es de verdad ni tampoco de ficción. Y aquí estoy yo con esta pensadera que cada día me confunde más. Quisiera ser menos enrollado, menos errante, pero siempre termino cediendo a mi devoción, como aquel Gaviero de la oración. Y cuando pienso que estoy solo en este derrotero se me atraviesa una reflexión de García Márquez que me invita a soñar en un país mejor: ¡Maqroll somos todos!

viernes, 14 de junio de 2013

Coro...


Dormí poco, pero si lo que soñé me basta para mantenerme despierto todo el día, entonces dormí lo suficiente.

Comí poco, pero si eso me alcanza para alimentarme ocho horas, entonces comí lo suficiente.

Leí muy poco, pero si la idea que hallé en ese par de líneas me mantiene pensativo por al menos cuatro horas, entonces leí lo suficiente.

Hablamos muy poco, pero si lo que conversamos me sube el ánimo por un par de horas, entonces compartimos lo suficiente.

Corrí muy poco, pero si esa media hora me alcanza para quemar las calorías que consumí durante el día, entonces corrí lo suficiente.

Te pienso muy poco, pero si esos segundos que te pienso me ponen sentimental a cada momento, deduzco que nunca te extrañaré lo suficiente.

A Coro voy muy poco, pero esta foto que solo me costó un segundo tomarla me dice que todo ha cambiado, que más allá de lo aparente ya tenemos suficiente...

viernes, 15 de marzo de 2013

Sin subterfugios

Yo quiero volver a ser mi nombre. Quiero dejar de ser una afinidad, un adversario.

Concíbeme por lo que soy, no me juzgues por lo que te parezco.

No me critiques por no amar lo que tu amas, exígeme no odiar bajo ningún pretexto.

Yo también he perdido, yo también he sido atormentado por el fracaso, yo también me he sentido horrible frente al espejo, yo también he deseado cambiar algún pasado.

No puede odiar quien se empeña en ser o parecer inteligente. No odia quien se desvela por su hijo, quien deja de ir a una parranda por compartir un instante con su abuela, quien perdona mil veces antes que divorciarse una vez, quien confunde el amor de madre con el amor de pareja, con el amor de padre, con el amor de hermandad, con el amor que calla antes que gritar nada bueno.

Somos un país dividido, terco y extremista; pero rebelde y bochinchero.

¿A dónde iremos a parar?.

¿Ácaso yo te he hecho mal?.

Yo quisiera abrazar a uno de esos chavistas que hoy dejó de ser masa, para en su dolor volver a ser él mismo o ella misma. Sólo abrazarla y susurrarle: yo también sueño con cosas bonitas para tú país, para mi país.

¡Démonos una tregua!

jueves, 14 de febrero de 2013

Crisis de identidad

Ausente. Así estoy. Como una sombra.

Flotando, sin ganas de sacudirme la somnolencia que me invade. Si, ya sé que debería estar de buen ánimo. Magallanes recién quedó campeón y tu sabes más que nadie lo fiebruo que soy con eso de la pelota. Pero que va, la emoción fue muy efímera. Digamos que tal vez ya suponía que el equipo iba a ganar, entonces más que celebración fue confirmación de un hecho que daba por contado. Entonces, para matar la ladilla me puse a limpiar el apartamento. Pasé el trapo por sitios donde normalmente no lo hago, hoy quise hacerlo todo bien. No es un día normal para nosotros, entonces voy a hacer lo posible por que parezca especial. Vine aquí con la idea de escribirle algo a mi mamá y resulta que las palabras me llevan a otro lado. Hoy no es fácil concentrarme en otra cosa que no tenga que ver contigo. Se lo importante que es esta fecha para ti. Bien claro me lo dejaste saber desde el principio. Pero estoy solo ¡coño! Y libre de paso. Revisé en el calendario y el año pasado estaba trabajando, tal vez por eso no me afectó tanto.

Estos son los días (como hoy) que hacen que esta empresa de emigrar no sea para todo el mundo. Hay que ser fuerte. Hay que ser desprendido. Hay que ser iluso. Soñar a menudo con escenarios diferentes a este frío cuarto donde estoy. El mañana es incierto, todo me causa dudas, incluso en estos días me sorprendí diciendo en voz alta mientras manejaba:"doceunosieteseistresnuevedos". Resulta que ese número de cédula es mi ancla con el lugar donde quiero estar. Mi ID de aquí es tan ajeno, tan superficial. En cambio mi cédula tiene un significado especial. Aún recuerdo el día que me la fui a sacar, con mi mamá acompañándome por supuesto. Camisa de cuadros, aceite mennen en el cabello y un kilométrico para la firma. Juraría que mi mamá se acuerda -al menos de la foto- también. Ella y su brazo quemado, yo y mi impotencia por no poderla abrazar. También te quiero abrazar a ti, sobre todo hoy. Estoy consciente de lo duro que es para ti no tenerme cerca, no encontrarme cuando dormida me buscas a tientas. Yo aquí, poniendo todo en orden, como si me fueras a llegar por sorpresa. Como si pudiera trastocar la realidad.

4106763 es el número de cédula de mi mamá. Siempre fui bueno para recordar cifras, y malísimo para recordar fechas. Pero la de hoy no se me olvida, el treintayuno de enero -de un tiempo para acá- se me ha hecho especial. Feliz cumpleaños Iraima. La foto me la tomé el año pasado antes de aquel juego de fútbol, tal vez te acuerdas de la ocasión, tal vez mi mamá también recuerde cuando fue que hice mi primera comunión. Besos a ambas, gracias mil gracias por tanto amor.