sábado, 28 de enero de 2017

Asignatura pendiente


Cada diciembre tenemos una lista pendiente de lo que nos gustaría hacer durante las vacaciones en Venezuela. Es una bucket list que va creciendo según los antojos y planes que van surgiendo a lo largo del año. La lista es muy variada, y va desde lo culinario a lugares por visitar, incluyendo eventos recreativos o espirituales.

Para este año las prioridades eran ciento por ciento regionales: asistir a la procesión de La Divina Pastora, recorrer parte de la cordillera larense, con baño en la cascada del vino incluido y, por sugerencia de un amigo: ir a comernos algo en La Hamburguesería.

Salimos primero de lo más fácil. Elegí la de carne de cordero y como los vegetales y salsas son self service, hice como si estuviera en subway y, la rellené con lechuga, pepinillos, cebolla morada, pimentón, jalapeño y mostaza dulce de aderezo. Mi hamburguesa tenía buen sabor, los vegetales estaban frescos y el ligero sabor a cordero lo agradeció mi paladar. Aunque lo mejor de la cena fue lo que sucedió mientras comíamos. Acostumbrado a estar (en Venezuela) alerta sobre lo que sucede a nuestro alrededor por experiencias propias y ajenas, nos llamó la atención la entrada al lugar de una pareja de jóvenes que lo menos que tenían era apariencia de hamburgueseros, aunque tampoco parecían choros, sino más bien comegatos. Él, flaco y despeinado, con zarcillos, la mirada perdida y algo arremangado al costado contrario a nuestra ubicación. La flaca llevaba una gorra con la víscera hacia atrás, una patineta colgando de su brazo derecho y unas converse corte alto algo ruñías. Una vez adentro ella se presentó y fue entonces cuando bajamos la guardia. Cantaron entre otras, un par de merengues regionales (Los dos gavilanes y El espanto), con tanta naturalidad que ninguno de los presentes se negó a darles un aplauso y algo de propina, en la gorra que esta vez ella usaba como canasta. Y así sin más agradecieron y se fueron. El viendo hacia no sé dónde y ella deslizándose en su patineta como cualquier rusa en pista de patinaje sobre hielo. Me pareció tan surrealista la escena que llegué a la casa tarareando el trabalenguas de la canción y deseando ver otra vez a esa pareja en acción, esta vez en alguna de las tarimas que animan a la procesión cada catorce de enero.

Y entonces llegó la tan esperada fecha. Fuimos por primera vez a la misa y procesión de La Divina Pastora. A las 5 de la mañana nos levantamos con la energía de quién va a correr un maratón. Nos dimos un baño de fe y nos contagiamos de la buena vibra espiritual que había en el ambiente. Pedimos salud y mejores tiempos para el país; regalamos sonrisas y devoción a cambio. Camila caminó como nunca y comió como siempre. El termo de café no rindió mucho, pero había razones de sobra para mantenerse despierto. El clima (tanto natural como emocional) estuvo genial. El podio político que estaba contiguo a la tarima donde se oficiaba la misa causó uno que otro ruido que perturbaba mi paz. Henri Falcón y Lilian estaban empeñados en robarse el "show". No faltaron los que fueron a peregrinar a la virgen y terminaron fue lanzando papelitos para solicitar favores a estos, quienes alimentaron su ego sin vergüenza ni etiqueta. El final de la misa (que anuncia el comienzo de la procesión) fue el momento más emotivo de la mañana, en las afueras de la Iglesia de Santa Rosa. Cantos, plegarias, brazos levantados, gorras y sombreros aleteando con pétalos que caían de algún lugar se mezclaban, dando al lugar una energía estremecedora. Para cualquier persona sensible como este servidor, la experiencia que rayaba en lo místico será inolvidable.

Dejamos para el final la travesía a la Cascada del Vino. Subimos por El Tocuyo, desayunamos en el embalse Los dos cerritos, compramos hielo y agua mineral en Humocaro Bajo, y de ahí nos desviamos a unos paisajes maravillosos. La carretera es de tierra, pero está en muy buena condición. El corolla no pasó trabajo en ningún momento. La cascada nos hizo sentir déjà vu con La Gran Sabana y el agua fría del pozo es comparable a cualquier rio de Boconó. Bajamos por Barbacoas, San Pedro y esos 20 kilómetros (a lo sumo) fueron un lamento. La carretera está en muy mal estado y sin señalizaciones en las intersecciones, que tanta falta hacen en una vía tan desierta.

El balance fue sumamente positivo. Esta vez no tuvimos eventos indeseados y nos volvimos a venir con esa sensación de que Venezuela es un país bendecido que merece más, muchísimo más.