Cada
diciembre tenemos una lista pendiente de lo que nos gustaría hacer durante las
vacaciones en Venezuela. Es una bucket list que va creciendo según los
antojos y planes que van surgiendo a lo largo del año. La lista es muy variada,
y va desde lo culinario a lugares por visitar, incluyendo eventos recreativos o
espirituales.
Para
este año las prioridades eran ciento por ciento regionales: asistir a la procesión
de La Divina Pastora, recorrer parte de la cordillera larense, con baño en la
cascada del vino incluido y, por sugerencia de un amigo: ir a comernos algo en
La Hamburguesería.
Salimos
primero de lo más fácil. Elegí la de carne de cordero y como los vegetales y
salsas son self service, hice como si estuviera en subway y, la rellené con lechuga,
pepinillos, cebolla morada, pimentón, jalapeño y mostaza dulce de aderezo. Mi hamburguesa tenía buen sabor, los vegetales estaban frescos y el ligero sabor a cordero lo agradeció mi paladar. Aunque lo mejor de la cena fue lo que sucedió
mientras comíamos. Acostumbrado a estar (en Venezuela) alerta sobre lo que sucede a nuestro
alrededor por experiencias propias y ajenas, nos llamó la atención la entrada
al lugar de una pareja de jóvenes que lo menos que tenían era apariencia de
hamburgueseros, aunque tampoco parecían choros, sino más bien comegatos. Él, flaco y despeinado, con zarcillos, la mirada perdida y algo arremangado al
costado contrario a nuestra ubicación. La flaca llevaba una gorra con la víscera
hacia atrás, una patineta colgando de su brazo derecho y unas converse corte
alto algo ruñías. Una vez adentro ella se presentó y fue entonces cuando
bajamos la guardia. Cantaron entre otras, un par de merengues regionales (Los
dos gavilanes y El espanto), con tanta naturalidad que ninguno de los presentes
se negó a darles un aplauso y algo de propina, en la gorra que esta vez ella
usaba como canasta. Y así sin más agradecieron y se fueron. El viendo hacia no
sé dónde y ella deslizándose en su patineta como cualquier rusa en pista de
patinaje sobre hielo. Me pareció tan surrealista la escena que llegué a la casa
tarareando el trabalenguas de la canción y deseando ver otra vez a esa pareja
en acción, esta vez en alguna de las tarimas que animan a la procesión cada
catorce de enero.
Y
entonces llegó la tan esperada fecha. Fuimos por primera vez a la misa y
procesión de La Divina Pastora. A las 5 de la mañana nos levantamos con la
energía de quién va a correr un maratón. Nos dimos un baño de fe y nos
contagiamos de la buena vibra espiritual que había en el ambiente. Pedimos
salud y mejores tiempos para el país; regalamos sonrisas y devoción a cambio.
Camila caminó como nunca y comió como siempre. El termo de café no rindió
mucho, pero había razones de sobra para mantenerse despierto. El clima (tanto natural como emocional)
estuvo genial. El podio político que estaba contiguo a la tarima donde se
oficiaba la misa causó uno que otro ruido que perturbaba mi paz. Henri Falcón y
Lilian estaban empeñados en robarse el "show". No faltaron los que
fueron a peregrinar a la virgen y terminaron fue lanzando papelitos para
solicitar favores a estos, quienes alimentaron su ego sin vergüenza ni
etiqueta. El final de la misa (que anuncia el comienzo de la procesión) fue el
momento más emotivo de la mañana, en las afueras de la Iglesia de Santa Rosa.
Cantos, plegarias, brazos levantados, gorras y sombreros aleteando con pétalos
que caían de algún lugar se mezclaban, dando al lugar una energía
estremecedora. Para cualquier persona sensible como este servidor, la
experiencia que rayaba en lo místico será inolvidable.
Dejamos para el final la travesía a la Cascada
del Vino. Subimos por El Tocuyo, desayunamos en el embalse Los dos cerritos,
compramos hielo y agua mineral en Humocaro Bajo, y de ahí nos desviamos a unos
paisajes maravillosos. La carretera es de tierra, pero está en muy buena
condición. El corolla no pasó trabajo en ningún momento. La cascada nos hizo
sentir déjà vu con La Gran Sabana y el agua fría del pozo es comparable a cualquier rio de
Boconó. Bajamos por Barbacoas, San Pedro y esos 20 kilómetros (a lo sumo) fueron
un lamento. La carretera está en muy mal estado y sin señalizaciones en las intersecciones, que tanta falta hacen en una vía tan desierta.
El balance fue sumamente positivo. Esta vez no
tuvimos eventos indeseados y nos volvimos a venir con esa sensación de que
Venezuela es un país bendecido que merece más, muchísimo más.
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