martes, 4 de junio de 2019

Breve



Breve como la antítesis (del título de esta entrada).

Breve como una valla publicitaria (cuando la Francisco Fajardo esta despejada).

Breve como el eco de una sirena (cuando al que trasladan en la ambulancia es desconocido).

Breve como mis buenas intenciones (cuando te tengo lejos).

Breve como un viaje abortado (porque te negaron la visa).

Breve como el latido del no nacido (eco, eco, eco…).

Breve como el significado de una palabra rara (sucinta).

Breve como el eco del grito del niño cuando caía por la alcantarilla (César Augusto).

Breve como el suspiro a diario (de la madre por su hijo en el exilio).

Breve como el ronco grito de la autoridad (mal ejercida).

Breve como el manoseo (de quien no quiere ser tocada).

Breve como una lágrima (manoteada).

Breve como un pinchazo (largo el remordimiento).

Breve como un mamón (see image).

Breve como un picón (de la mujer que sabe lo que hace).

Breve como la vista (de quien mira la pantalla del celular de quien va sentada a su lado).

Breve como mi autoestima (cuando el oficial de migración me manda al cuarto frío).

Breve como un trozo de pizza (en manos del niño que lleva semanas sin comerla).

Breve como mi infancia (cuando la recuerdo ahora que tengo 40’s).

Breve como el paso del camión de la basura (cuando no has sacado las bolsas todavía).

Breve como un libro bien escrito (larga la noche).

Breve como el talento (antítesis).

Breve como mi fe (ante la muerte).

Breve como la valentía (del fusilado antes de que el verdugo jale del gatillo).

Breve como el último aliento (de quien pidió al cristo de la grita llama ardiente, con hipocresía).

miércoles, 1 de mayo de 2019

País roto


País roto. Pasaporte roído. Moral ajada, más de mil veces, como rompecabezas: vuelta a armar.

Ciudadanía rota. Venezolanidad que hiere, desvela, duele, atormenta: esta generación, la mía, la tuya; somos fantasmas en el exilio, zombis en la patria (o viceversa). Miradas que se cruzan en el mapa y se cuentan la historia sin necesidad de hablar.

Cotidianidad rota. Monotonía convulsionada. Vamos por el mundo llorando en silencio, heridos de muerte: como negando nuestro destino. A nuestro alrededor todo luce normal, imposible que nos entiendan, en vano sería tratar de explicar.

Memoria rota. Libres por unos segundos, alegría efímera, la esperanza se diluye cuando el audio de whatsapp llega a su final. Paranoicos de tanto desear.

Ve-ne-zue-la rota. Silabas que no riman a menos que se vuelvan a juntar. Disonante para quienes tenemos la dicha de la venezolanidad. Nosotros nos entendemos.

Esperanza rota. Terca. Como las plantas muertas por la sequía. Al mínimo tiempo favorable, llovizna, rocío: vuelve a germinar. ¡Pesimistas si, negativos jamás!

Fe rota. No sabemos a qué Dios rezar. Pero oramos, desde adentro, diáfanos de tanto ´practicar.

Familia rota. Duelo por las redes sociales. Esta cruz que llevamos nos quiebra por momentos, nosotros tan guerreros; hay días en que no nos queremos levantar.

Corazón roto. Como el de los chamos muertos en las protestas. Duele más su juventud fallida que mi vida sin desventuras.

jueves, 11 de abril de 2019

Stop


El que inventó lo prohibido 🚫 creó la imaginación o dicho de otra manera: la censura es caldo de cultivo para la imaginación. El rebelde tiende a ponerse creativos ante el acoso artístico.

Y yo me imagino que dentro del círculo de la imagen no está una cámara sino un tipo bigotón, grotesco, despreciable, pasado de maduro: podrido.

Y lo podrido huele mal, cae mal, hace daño: incómodo a la vista, indisimulable.

Me dice el corrector que la palabra indisimulable no existe, que algo está mal, que la corrija. Me niego, la repito, no disimulo lo que quiero transmitir.

Nos hemos prohibido compartir nuestra abundancia porque allá hay escasez. Prohibido leer porque allá no hay luz. Prohibido correr porque allá no hay agua. Prohibido sentirse bien porque algo está roto.

Y lo roto se ha desparramado.

Y todo es un caos porque lo despamarrado anda robando maridos en perú, robando trabajos en chile, robando egos en argentina, robando selfies en miami y robándose el show en madrid.

Observa la imagen por tres segundos y si no ves dentro del círculo el bigote, el grotesco mordisco a una grasienta empanada, la mueca diabólica; entonces no mereces la salvación todavía. ¡La mea culpa aún puede esperar!

martes, 12 de marzo de 2019

Doce de marzo, día de la Bandera Nacional


El doce de marzo solía celebrarse el día de La Bandera Nacional, la de siete estrellas. Estoy hablando de la Venezuela de la década de los 80.

En aquel tiempo cursaba educación primaria en una escuela ubicada en un sector humilde de Coro, para más señas el barrio Pantano Abajo. La Pestalozzi no tenía lujos, aunque tampoco mucho que envidiarle al Colegio Pio XII, su contraparte social. Teníamos biblioteca, canchas deportivas para diferentes disciplinas, laboratorio donde le abríamos la panza a los sapos o los torpes quebrábamos probetas, auditorio (con tarima a lo Viña del Mar) y, una banda escolar que marchaba al son de tropas. Había también la zona de tolerancia, donde “a la salida” los “mala conducta” arreglaban sus conflictos a los puños, sin que la Dirección se enterara; y sus callejones culebreros donde una que otra pareja de precoces enamorados jugaban a hacer el amor.

Vuelvo al día de La Bandera y a la Banda donde yo pocas veces hice de tamborero. Cuando se acercaba una que otra fecha patria, salíamos muy forondos a practicar al son del profe Manuel Pachano. Éramos bastante desafinados, pero ganas no nos faltaban. A plenas doce del mediodía, con el clima tropical calentando nuestras espaldas, nos dejábamos llevar por las calles que colindaban con la Escuela, a golpe de trompeta y formación: “provocó la injusticia la guerra, sus colosos armó la igualdad…”
Dos décadas después, cuando aún trato de recordar esas memorias y compararlas con lo que es la Venezuela actual, no termino de entender como terminamos en este experimento fallido que somos. En aquel tiempo rara vez se iba la luz, rara vez robaban a alguien, rara vez alguien no tenía que comer o quién le fiara hasta el viernes, rara vez alguien faltaba a clases.

Hoy es doce de marzo. Día de la Bandera Nacional, la de siete estrellas. Dicen en las redes que metieron preso a Luís Carlos Díaz, un periodista agudo y buen tipo. Dice mi madre por whatsapp que se murió el nieto de la vecina como daño colateral por lo del apagón, dicen que hay saqueos; no falta quien diga que estas son señales de que el mundo se va a acabar.

En Coro, donde nunca pasa nada extraordinario; los chavistas (que aún quedan) pasan una cadena donde el ministro de defensa vladimir padrino decreta que todo está en absoluta normalidad. En Coro, donde una madre se lanzó a una alcantarilla a morirse junto a su hijo, en Coro, donde una madre junto a sus hijas fueron acribilladas por la Guardia Nacional por el simple hecho de que se equivocaron de carro: en Coro, estos 100 días del 2019 se tragaron completicos los cien años de soledad.

miércoles, 16 de enero de 2019

11 de enero y contando...


Mayito, al igual que todos en la cuadra donde residía, se acostó en su hamaca el día miércoles nueve de enero en la noche, como un día cualquiera. Más allá del ruido en las redes sociales, en el barrio se vivía un ambiente normal.  El principal tema de conversación y movida que había se refería a los productos que iban a llegar al supermercado al día siguiente. Para cualquier extraño, resultaba interesante por decirlo, como entre vecinos se sabían de memoria en qué dígito terminaba el número de cedula de identidad de cada quien: llamen a “la negra” y avísenle que salimos a las cinco; carolina dice que tiene migraña y que como ahora los de la tercera edad no tienen prioridad y tienen que hacer la cola con el resto no va a ir; ana tampoco se anota porque la última vez le dio un soponcio y le dijo a su marido que si quería comer arepa de harina pan, pues que fuera a hacer la cola él cuando le toque. “Según, él no digiere bien esa masa y se le metió en la cabeza que la están ligando con alguna vaina rara que lo pone duro que coma yuca entonces si es tan delicado porque para beber miche sí que no pone peros y eso si está ligado con amoníaco”.

Yo que crecí con ellos, pregunté por otros nombres (solo para cerciorarme), a ninguno de los que nombré les toca me respondieron a coro: su número de cédula termina en x, y o z… y a chela si le toca pero como ella tiene convenio puede ir a las siete y tiene su harina segura. Cuando pregunté qué era eso de convenio tuvieron la paciencia de explicarme porque sabían que mi ignorancia era sincera y además tenía que empezar a empaparme con todo lo que de ahora en adelante me iba a tocar vivir. Por cierto, mi número de cédula termina en dos, fue lo único que añadí.

Al día siguiente todo fluía sin nada extraordinario que resaltar. Pasado el mediodía regresó el grupito de vecinos que fue por los dos kilos de harina, un kilo de arroz y un kilo de azúcar. Calculado a vuelo de pájaro el combo costó un poquito menos de un dólar al precio paralelo. Con eso se resuelve la semana administrándolo bien, comenté. “No es semanal, sino quincenal. Los miércoles toca a los números cuatro y cinco, pero una semana cuatro y la otra cinco, entonces es cada quince días y eso si llega la gandola y no siempre son los mismos productos a veces jabón y papel.”

No fue sino hasta el día once en la mañana que el barrió convulsionó. El hijo de mayito que trabaja de vigilante en un ministerio y que estaba encuartelado desde el día nueve, consiguió el cuerpo hinchado y pútrido. Solo en ese momento comenzó a caer en cuenta de que no tenía los recursos ni la idea de cómo resolver. La dirigente comunal le aconsejó comunicarse con el ministerio donde trabajaba. Él, que había asistido a un par de velorios suponía que le iban a apoyar. “No, el convenio con la funeraria no cubre a todo el personal, solo a los que son grado 99; no, ni siquiera para la urna, el presupuesto no da; no, ni siquiera para la preparación; no, no y no…”

Entre llamadas fallidas e ideas frustradas pasaba el tiempo empeorando la situación. Le pusieron un ventilador para mantener el cuerpo fresco, pero el olor se intensificó. Al caer el mediodía el techo de zinc saboteaba cualquier invención. Nadie se atrevía siquiera a tocar el cadáver. Lo único que se permitieron hacer fue aflojar el mecate de la cintura que mayito usaba como correa para que no se le cayera el ruyido “short de bluyín”, porque según alguien comentó: se le estaban ahorcando las tripas. Y así pasaba el tiempo.

Cuando parecía que el cuerpo iba a explotar como un globo, como en las comiquitas, como en las películas; cundió el pánico. Curiosos que apenas conocían a mayito en vida, no aguantaban la miseria del muerto y lo lloraban como a un pariente. A trancar la calle, alguien gritó. A cerrar la calle todo el mundo se abocó. Pero nada pasaba. A trancar la avenida paralela (que tenía mayor circulación), a quemar cauchos.

De la nada apareció un camión de bomberos y una patrulla. Los bomberos como si nada extraordinario estuviera sucediendo preguntaron dónde estaba el cuerpo. Ni siquiera bajaron la camilla cuando inhalaron el olor. Par de bolsas negras extragrandes y mascarillas. Minutos después abandonaban el lugar con el cuerpo de mayito, justificando que solo seguían instrucción y que el cuerpo va a ser tratado cumpliendo con las normas sanitarias; en simultáneo la policía se ocupaba de destrancar las vías de circulación.

En la última noche no faltaron las anécdotas y chistes sobre mayito. Por allá su hijo se echaba otro lagañazo de cocuy. No ha vuelto al trabajo: “le dijeron sus colegas que vinieron al novenario que mandó a decir el jefe que se reintegrara antes de fin de mes que no lo van a botar”. Todavía no han devuelto los devaluados bolívares que se dieron para el pernil. Los mil de mayito se usaron para el café.

Quién iba a imaginar que mayito sería el muerto más llorado de Coro. Ni el más guapo contuvo el llanto al verlo en ese estado de descomposición. Tan revolucionario que era, dijo su compadre. Se ponía muy bravo cuando le recordaba que él y yo bastante campaña que le hicimos a Carlos Andrés. ¡Qué tiempos aquellos!

jueves, 10 de enero de 2019

10 de enero y no hay colchonetas para tanta gente

Son las 10 de la mañana y no ha pasado nada, nada extraordinario quise decir.

En el Hospital General, hace par de horas alguien dio a luz en el estacionamiento, en una sala de parto improvisada. No había cama disponible y las enfermeras la mandaron a darse otra vuelta por ahí, la enésima en las últimas 4 horas. Esta vez bajó a las áreas verdes y quizá por tanta naturaleza sintió como ganas de orinar, y sabía que esas ganas no eran normales y que el baño estaba muy lejos, inalcanzable, más la cola que siempre había en la puerta. Tomó la decisión más fácil, sin pensarlo dos veces. Y mientras orinaba sintió un flujo extraño, cuando miró ahí estaba la cabeza: afuerita. ¡Gritó fuerte!, su hermana que estaba cerca también vio la mollerita y salió corriendo al pabellón. Las enfermeras como si nada, porque no pasaba nada extraordinario, vinieron al estacionamiento; eso sí, caminando apuraditas y con las herramientas que tenían disponible: manta y ventosa. Los guantes, gasas y todo lo demás corría por cuenta del paciente.

La parturienta entre pujos y gritos, le dijo a la hermana que pendiente de sus sandalias y del gatorade.

La enfermera, con un gesto de desaprobación le dijo a la colega: "tan pilas que se las dan..."