viernes, 8 de noviembre de 2024

7 meses (ya)

 Recién cumplió siete meses. Tanto ha pasado desde la última vez que escribí: fuimos a la playa, se lo disfrutó, la llevamos varias veces a la semana al Sabeeka Park aquí en Awali, come de todo y sigue creciendo muy sana.

Ya se sienta sola, ya come dos veces al día, ya tiene los dos dientes de abajo, ya alcanza cosas (no gateando, pero a su manera, serpenteando), ya toma agua solita, y sigue siendo la niña sonriente que la vida nos regaló.

Cuando no se le pegan las sábanas la saco al despertar al jardín a escuchar y ver los pájaros. Su cabecita gira como un ventilador. Curiosa y por lo general madrugadora.

Estoy trabajando doce horas al día, corrido y sin día de descanso por el arranque de la planta, así que a lo sumo disfruto a Maia entre media hora y una hora al día. Ella sabe cuando llego, sonrie y me hace tan feliz.

Iraima vive por ella, yo vivo por las dos.

Trump ganó las elecciones esta semana, Maia y su pasaporte solo tienen que dejar que las cosas pasen, nosotros la tenemos que guiar.

Ojalá pueda mantenerla alejada de los extremos, en todos los aspectos de la vida.







viernes, 16 de agosto de 2024

132 días

 Maia nació el 6 de abril, hace 132 días.

132 días donde cada amanecer (entre 4 y 5 de la mañana) ha sido buscarla, sentirla, observarla, al lado derecho de mi en la cama, inhalar esa sensación de alivio y acto seguido exhalar un involuntario gracias a Dios.

Mi rutina de sueño no es la misma desde que nació. Aunque es menos profundo, ahora es más placentero el despertar. La mayoría de esos 132 días hemos dormido a su ritmo, es ella quien casi siempre activa la alarma con sus balbuceos, retortijones, manotazos, gémidos.

Pero eso dura a lo sumo 30 segundos, luego viene el baño de realidad, la rutina y lo que está fuera de toda rutina: "Venezuela".

Revisar twitter con mi diferencia de horario, 7 horas adelante, para ver si pasó algo, algo más que comunicados, es una rutina dolorosa, una neurosis, un ejercicio que poco a poco nos consume, no solo a mi, sino a millones de veenzolanos más, dentro y fuera de nuestro país.

Maia nació en el 2024, el año que esperamos se de el giro que tanto hemos anhelado, todos estamos rotos, con un sentimiento de luto por los muchos que han muerto.

Que los pies nos ayuden a resistir y que las manos sepan construir.



lunes, 17 de junio de 2024

3 meses (casi)

Dos meses y dos semanas pasaron hasta que por primera vez que durmiera en mis brazos, no sin antes dar tregua, poco a poco va dejándose querer por mi, sigue poniendo los ojos blancos mientras duerme con una leve sonrisa; suspira y me hace suspirar, mientras me convenzo de que los signos de afiliación se están haciendo notar.

Todo el mundo te habla sobre la experiencia de la paternidad, aunque son los detalles los que hacen que todo sea especial.

Crece muy rápido, aprende y experimenta, manipula y demanda atención, son sus reglas y nosotros con la guardia baja y sin afan de confrontar.

Ay Maia, llegaste y nos hiciste cambiar...

domingo, 28 de abril de 2024

3 semanas

 Ayer se cumplieron tres semanas de su nacimiento. Hoy domingo, nublado, gris; suspiro aliviado mientras camino al bote de basura, contemplando la montaña y el aire denso suspendido sobre su blanca cima y a lo lejos su cimiento desnudo con aparente brotes de verde, aunque de cerca no sea más que piedra y mala hierba.

Hace tres años, todo era de este mismo gris, y yo más que suspirar aliviado resentía, porque otra vez el procedimiento había fallado.

Como cambia la vida de un instante a otro, ayer era yo el que fumaba y el que quería esconderse en el vicio y las no ganas de vivir.

Hoy, una fuerza superior me exige atención y me pone los nervios de punta.

Mañana, su sonrisa y sus abrazos me darán la felicidad que alguna vez soñé.

domingo, 18 de junio de 2023

Neurosis (protestas 2017)

 

No hay manera de escapar de esto por muy lejos que te encuentres, ni por mucho tiempo que haya pasado; tampoco haber visto películas del holocausto, documentales de crueles dictaduras, literatura de guerra, poesía desgarradora o una que otra anécdota que tu abuelo te haya contado.

La neurosis colectiva que vivimos en el 2017 los venezolanos no tiene cura ni tiene fecha de caducidad.

Esa masacre de jóvenes que nos puso a seguir mártires en las redes sociales, a buscar como locos si la víctima del día tenía una cuenta en Instagram o Twitter para saber más de ellos, de su pasado, de cuánto pesaban, del por qué luchaban. No solo me pasó a mi, hubo un montón de gente haciendo lo mismo. Los seguidores se congregaban sobre el aún cadaver fresco del @ deseándole la gloria de Dios, como el único recurso a mano ante tanta impotencia, cuando la ternura de sus ideales no había terminado de desvanecerse y la sangre inocente manchaba las pantallas táctiles de rojo.

Las más sensibles le lloraban como si le hubiesen parido aunque en vida nunca le conocieron. Los más rebeldes sentían que la única manera de hacerle justicia era yendo al frente de la próxima protesta apuntándose a si mismos a ser el próximo: el desafortunado cuyo nombre iba a ser tendencia al día siguiente. Porque esa represión fue tan macabra que asesinó a nuestros chamos de uno en uno para que no nos diera tiempo de encariñarnos con ninguno, para que la zozobra se hiciera contagiosa y la neurosis colectiva asimile que siempre puede ser peor. ¡Ni las mascotas estuvieron a salvo!

No fue así como nos enseñaron que las historias terminaban, con los precoces héroes descomponiéndose bajo tierra mientras sus madres aturdidas, desgarradas, llorándoles... dándole click a aquel post que su hijo alguna vez colgó.

jueves, 4 de mayo de 2023

El Gigante

Los cambios graduales son difícil de percibir. Cuando me di cuenta de lo que abajo cuento, ya era bastante pronunciable el cambio de tamaño.

Siendo yo de altura promedio (metrosetentaycinco), de manera mecánica agachaba la cabeza para ver a otros a los ojos, mientras a su vez los demás inclinaban la suya hacia arriba para verme a la cara. Incluso hubo quien no veía desde hace algún tiempo (antes de ser electo Presidente) y cuando coincidimos en mi palacio me dijo: !señoría, cómo que me estoy encogiendo! Es normal asumir que el cuerpo humano se degrade, no que se desarrolle a medida que envejece.

Como las prendas de vestir seguían viniéndome a la medida, suponía que mi delgadez compensaba una cosa con la otra, porque desde que perdí peso concienzudamente había adoptado la postura de mantener la espalda más erecta.

Terminé acostumbrado a que quienes venían a verme a mi despacho levantaran su cabeza al hablarme y yo una que otra vez agachar un poco la mía para dirigirme a los más sumisos. Me sentía el hombre mas gigante del mundo.

 No fue sino hasta que me reuní con el Rey, cuando supe que había alguien más gigante que yo. Tan gigante era el monarca que aun sentado en su trono, y yo de pie, tuve que estirar lo más posible mi cuello para siquiera no verle a los ojos pero a su papada, en simultaneo, naturalmente su merced miraba hacia abajo como todos los reyes y seres superiores lo hacen.


jueves, 17 de noviembre de 2022

Te he perdido

 Julio 2019.

Ir a Venezuela es volver a caer en la trampa, emboscado, en el momento menos pensado la memoria me juegue la misma mala pasada. Para los que ahora vamos una vez al año cuando mucho, nuestro país se ha convertido en una nostalgia incurable, y la situación por la que están pasando quienes aún están allá no ayuda mucho que digamos.

 

Quede con un pana a tomarnos unas cervezas en uno de esos sitios que ni se ven afectados por la crisis. La gente que los frecuenta no parece estar pasando ronchas y si lo están, pues lo disimulan muy bien. Vamos al grano:

 

―Hola Walter, ¿cómo estás?

―Zego, te ves diferente; mas blanco, mas flaco…

―Si Walter, el exilio nos ha hecho diferentes.

― ¿Por qué dices eso?

―Por lo que somos.

―A mí más que el exilio, fue el chavismo quien me cambió la vida. Antes de emigrar, ya era otra persona: huraño, pesimista, insoportable, egoista.

―A mí también, pero no tanto como ahora. Nada más hago tomarme unos tragos o encontrarme a algún paisano para caer siempre en: las ferias, los fines de semana playeros, los lunes de cine, los viernes de birras y perros o arepas; los domingos de periódicos, misa y película. Las semanas que se iban volando y los diciembres que eran una parranda sin fin. En cambio, ahora, las jornadas de lunes a viernes se me hacen eternas y los fines de semana no hago más que dormir y meterme en las redes sociales para enterarme de peos que ni me incumben; hacerme ilusiones cayéndome a mentiras.

―Recuerdo lo que solía decirme a si mismo, viendo al comandante tan deteriorado: cuando se muera esa bruja salimos de esto. El muy zángano se aseguró de seguirnos jodiendo la vida después de muerto.

―Fue lo único que hizo bien.

―Eso y asegurarse de que nunca más volviéramos a ser los mismos.

―Yo que siempre fui tan anti parabólico, ahorita no puedo ver a un chavista de cerca porque me dan ganas de vomitar.

―Tú y tus arranques, Zego…

―Asco es lo menos que se merecen…

―Yo no me puedo permitir esos arrebatos.

― ¿Lo dices por Evelin?

―Yo y mis circunstancias.

―Ella y sus historias, que no son pocas…

―Será eso lo que no deja de parecerme interesante. Sus maneras, más que su currículo. Por más vueltas que le dé, siempre termino expuesto a sus memorias.

―Y ella a las tuyas. Lo que es igual no es trampa.

―Pero no es lo mismo. Ella y sus ideales no tienen conflicto con mi manera de ver el mundo. No se puede comparar mi antipatía con su terquedad ideológica. Y menos aún, después de todo por lo que hemos pasado. Es que, si tan siquiera estuviera enchufada o recibiendo algún beneficio, yo pudiera entenderla y quizá hasta despreciarla; conociéndome como me conozco.

―Mucho Silvio, Benedetti, Neruda; todo ese coctel contracultural en la universidad...

―Y pensar que en aquel tiempo parecía imposible que la izquierda… todos éramos unos ingenuos.

―Pero tú, yo; la gran mayoría superamos esa etapa una vez graduados. El mundo real, la competencia, los planes y las expectativas te dan un sacudón muy fuerte.

― ¿Esta conversación ya la hemos tenido antes?, ¿con esa música de fondo?

― ¡Apagón!

―No, déjà vu… aunque la canción la recuerdo versión salsa, no sabía hasta ahora que la original era una balada, mucho menos que la cantaba Henry Stephen; que tiempos aquellos en que mi mayor preocupación era aprender a bailar salsa.

―tú y tus circunstancias…

―Lo que soy yo, para Venezuela no vuelvo: a vivir me refiero. Caso cerrado.

― ¡Salud! Brindemos por esa salsa: calladitos: idiotizados.

― ¡Salud! Evelin te pone más cursi de lo que suponía.

―Que te puedo decir, pide que la repitan, mientras te hago el cuento corto: llegué a Maracaibo siendo un "inocente encantador". No me consideraba ni inocente ni encantador, pero en eso fue lo que resulté. Cuando comencé el curso en el INCE marrón (ubicado en la parte más tradicional de la avenida Bella Vista), lo menos que tenía en mente era enrollarme sentimentalmente con alguna compañera de clases. Ya bastante tenía con el cambio de ciudad, de casa, de rutina, de ambiente. En Coro las busetas rara vez ponían música a todo volumen, en Maracaibo los "micro" eran una discoteca ambulante. Vallenato - salsa; salsa – vallenato. No sabía bailar ni me llamaba la atención aprender a hacerlo. Lo mío era el baloncesto, la bicicleta, y de octubre a enero la pelota.

 

Hasta el día que llegó ella, con un walkman y un casette: “Te he perdido”, comenzó la función. Besos, calenturas; que salsa ni que ritmo: terminamos desvirgándonos…