Julio 2019.
Ir a Venezuela es volver a caer en la trampa,
emboscado, en el momento menos pensado la memoria me juegue la misma mala
pasada. Para los que ahora vamos una vez al año cuando mucho, nuestro país se
ha convertido en una nostalgia incurable, y la situación por la que están
pasando quienes aún están allá no ayuda mucho que digamos.
Quede con un pana a tomarnos unas cervezas en
uno de esos sitios que ni se ven afectados por la crisis. La gente que los
frecuenta no parece estar pasando ronchas y si lo están, pues lo disimulan muy
bien. Vamos al grano:
―Hola Walter, ¿cómo estás?
―Zego, te ves diferente; mas blanco, mas flaco…
―Si Walter, el exilio nos ha hecho diferentes.
― ¿Por qué dices eso?
―Por lo que somos.
―A mí más que el exilio, fue el chavismo quien
me cambió la vida. Antes de emigrar, ya era otra persona: huraño, pesimista,
insoportable, egoista.
―A mí también, pero no tanto como ahora. Nada
más hago tomarme unos tragos o encontrarme a algún paisano para caer siempre
en: las ferias, los fines de semana playeros, los lunes de cine, los viernes de
birras y perros o arepas; los domingos de periódicos, misa y película. Las
semanas que se iban volando y los diciembres que eran una parranda sin fin. En
cambio, ahora, las jornadas de lunes a viernes se me hacen eternas y los fines
de semana no hago más que dormir y meterme en las redes sociales para enterarme
de peos que ni me incumben; hacerme ilusiones cayéndome a mentiras.
―Recuerdo lo que solía decirme a si mismo,
viendo al comandante tan deteriorado: cuando se muera esa bruja salimos de
esto. El muy zángano se aseguró de seguirnos jodiendo la vida después de
muerto.
―Fue lo único que hizo bien.
―Eso y asegurarse de que nunca más volviéramos a
ser los mismos.
―Yo que siempre fui tan anti parabólico, ahorita
no puedo ver a un chavista de cerca porque me dan ganas de vomitar.
―Tú y tus arranques, Zego…
―Asco es lo menos que se merecen…
―Yo no me puedo permitir esos arrebatos.
― ¿Lo dices por Evelin?
―Yo y mis circunstancias.
―Ella y sus historias, que no son pocas…
―Será eso lo que no deja de parecerme
interesante. Sus maneras, más que su currículo. Por más vueltas que le dé,
siempre termino expuesto a sus memorias.
―Y ella a las tuyas. Lo que es igual no es
trampa.
―Pero no es lo mismo. Ella y sus ideales no
tienen conflicto con mi manera de ver el mundo. No se puede comparar mi
antipatía con su terquedad ideológica. Y menos aún, después de todo por lo que
hemos pasado. Es que, si tan siquiera estuviera enchufada o recibiendo algún
beneficio, yo pudiera entenderla y quizá hasta despreciarla; conociéndome como
me conozco.
―Mucho Silvio, Benedetti, Neruda; todo ese
coctel contracultural en la universidad...
―Y pensar que en aquel tiempo parecía imposible
que la izquierda… todos éramos unos ingenuos.
―Pero tú, yo; la gran mayoría superamos esa
etapa una vez graduados. El mundo real, la competencia, los planes y las
expectativas te dan un sacudón muy fuerte.
― ¿Esta conversación ya la hemos tenido antes?,
¿con esa música de fondo?
― ¡Apagón!
―No, déjà vu… aunque la canción la
recuerdo versión salsa, no sabía hasta ahora que la original era una balada,
mucho menos que la cantaba Henry Stephen; que tiempos aquellos en que mi mayor
preocupación era aprender a bailar salsa.
―tú y tus circunstancias…
―Lo que soy yo, para Venezuela no vuelvo: a
vivir me refiero. Caso cerrado.
― ¡Salud! Brindemos por esa salsa: calladitos:
idiotizados.
― ¡Salud! Evelin te pone más cursi de lo que
suponía.
―Que te puedo decir, pide que la repitan,
mientras te hago el cuento corto: llegué a Maracaibo siendo un "inocente
encantador". No me consideraba ni inocente ni encantador, pero en eso fue
lo que resulté. Cuando comencé el curso en el INCE marrón (ubicado en la parte
más tradicional de la avenida Bella Vista), lo menos que tenía en mente era
enrollarme sentimentalmente con alguna compañera de clases. Ya bastante tenía
con el cambio de ciudad, de casa, de rutina, de ambiente. En Coro las busetas
rara vez ponían música a todo volumen, en Maracaibo los "micro" eran
una discoteca ambulante. Vallenato - salsa; salsa – vallenato. No sabía bailar
ni me llamaba la atención aprender a hacerlo. Lo mío era el baloncesto, la
bicicleta, y de octubre a enero la pelota.
Hasta el día que llegó ella, con un walkman y un
casette: “Te he perdido”, comenzó la función. Besos, calenturas; que salsa ni
que ritmo: terminamos desvirgándonos…