domingo, 18 de junio de 2023

Neurosis (protestas 2017)

 

No hay manera de escapar de esto por muy lejos que te encuentres, ni por mucho tiempo que haya pasado; tampoco haber visto películas del holocausto, documentales de crueles dictaduras, literatura de guerra, poesía desgarradora o una que otra anécdota que tu abuelo te haya contado.

La neurosis colectiva que vivimos en el 2017 los venezolanos no tiene cura ni tiene fecha de caducidad.

Esa masacre de jóvenes que nos puso a seguir mártires en las redes sociales, a buscar como locos si la víctima del día tenía una cuenta en Instagram o Twitter para saber más de ellos, de su pasado, de cuánto pesaban, del por qué luchaban. No solo me pasó a mi, hubo un montón de gente haciendo lo mismo. Los seguidores se congregaban sobre el aún cadaver fresco del @ deseándole la gloria de Dios, como el único recurso a mano ante tanta impotencia, cuando la ternura de sus ideales no había terminado de desvanecerse y la sangre inocente manchaba las pantallas táctiles de rojo.

Las más sensibles le lloraban como si le hubiesen parido aunque en vida nunca le conocieron. Los más rebeldes sentían que la única manera de hacerle justicia era yendo al frente de la próxima protesta apuntándose a si mismos a ser el próximo: el desafortunado cuyo nombre iba a ser tendencia al día siguiente. Porque esa represión fue tan macabra que asesinó a nuestros chamos de uno en uno para que no nos diera tiempo de encariñarnos con ninguno, para que la zozobra se hiciera contagiosa y la neurosis colectiva asimile que siempre puede ser peor. ¡Ni las mascotas estuvieron a salvo!

No fue así como nos enseñaron que las historias terminaban, con los precoces héroes descomponiéndose bajo tierra mientras sus madres aturdidas, desgarradas, llorándoles... dándole click a aquel post que su hijo alguna vez colgó.

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