Cuando vi
aquel video donde el malbicho sacaba la empanada (no aprecié en detalle si fue
de una gaveta o de un recipiente lleno de empanadas), en una transmisión de las
tan aborrecibles “cadena nacional”, y la mordía con más gula que hambre; tuve
sentimientos encontrados. Por un lado, porque me encantan las empanadas, y por
otro por ver como ese mediocre malbicho no repara en dejar en ridículo a
Venezuela cada vez que puede. Desde ese día no dejó de asociarlo con esa
escena. Lo imagino celebrando cada atrocidad que comete mordiendo una empanada.
La ruta del avión presidencial es la ruta de la empanada. Su figura parece una
empanada operada y sus fieles seguidores una empanada sin relleno.
El malbicho
está feliz porque se siente ungido. Baila como quien quiere ser el personaje
principal de la fiesta. El trucutú y su mazo, parecen envidiar que esté ha
resultado ser más malbicho que él. Ambos huelen a azufre, para quienes tenemos
un poquito de imaginación.
La sensación
es la de que el país está todavía tratando de asimilar lo que pasó. Pocos creen
que ocho millones votaron el pasado domingo. Yo no voté, aclaró; aunque si firmé
en el 2002 y todavía sigo esperando…
Ver que hay
quienes (uno sabe) están sufriendo lo mismo que la mayoría, celebrar en las calles
o en las redes sociales este triunfo de la ignominia, nos deja claro que puede
más el resentimiento que las ganas de vivir en paz. Así prediquen amor y
felicidad, sus complejos le delatan. Diferente es el caso de quienes fueron a
votar en contra de su voluntad, cada quien con sus razones y hoy sienten —una
vez más— que se les acaba el mundo. Peor escenario el de aquellos venezolanos
de bien a quienes estas elecciones les agarró cruzando una frontera en
precarias condiciones. A ellos, todo el
apoyo.
Ojalá
pudiera escribir con la fluidez de quien convence con una sola sonrisa. Decirles
que no puede haber progreso entre tanto abuso. Que no puede haber cambio sin
riesgo. Sin fricciones ni mensajes entre líneas. No tengo ese don. Las comas,
los conectores, las manías me sabotean el mensaje.
La culpa no
es de la empanada, eso siempre lo he tenido claro: ¡MALBICHO!
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