País roto. Pasaporte roído. Moral ajada, más de mil veces,
como rompecabezas: vuelta a armar.
Ciudadanía rota. Venezolanidad que hiere, desvela, duele,
atormenta: esta generación, la mía, la tuya; somos fantasmas en el exilio, zombis
en la patria (o viceversa). Miradas que se cruzan en el mapa y se cuentan la historia sin necesidad de hablar.
Cotidianidad rota. Monotonía convulsionada. Vamos por el
mundo llorando en silencio, heridos de muerte: como negando nuestro destino. A
nuestro alrededor todo luce normal, imposible que nos entiendan, en vano sería
tratar de explicar.
Memoria rota. Libres por unos segundos, alegría efímera, la
esperanza se diluye cuando el audio de whatsapp
llega a su final. Paranoicos de tanto desear.
Ve-ne-zue-la rota. Silabas que no riman a menos que se
vuelvan a juntar. Disonante para quienes tenemos la dicha de la venezolanidad. Nosotros
nos entendemos.
Esperanza rota. Terca. Como las plantas muertas por la
sequía. Al mínimo tiempo favorable, llovizna, rocío: vuelve a germinar. ¡Pesimistas
si, negativos jamás!
Fe rota. No sabemos a qué Dios rezar. Pero oramos, desde
adentro, diáfanos de tanto ´practicar.
Familia rota. Duelo por las redes sociales. Esta cruz que
llevamos nos quiebra por momentos, nosotros tan guerreros; hay días en que no
nos queremos levantar.
Corazón roto. Como el de los chamos muertos en las
protestas. Duele más su juventud fallida que mi vida sin desventuras.