Un árabe me pregunta por un evento (permítanme el eufemismo) que ocurrió en mi país hace ya tiempo (permítanme el destiempo, pero en Venezuela somos de memoria corta y todo lo pasado va para el mismo saco).
¿Y cómo pudo pasar eso en un hotel cinco estrellas?
¿Es qué en Caracas no se puede ni caminar?
¿Cómo haces para regresar sano cada vez que vas allá de vacaciones?
Pues nada, le resumí lo que supuse pudo haber pasado, con mis respectivas elucubraciones y sutilezas.
Horas después, en mi mente vuelven a dar vuelta y vuelta aquellas imágenes que creía olvidadas. El alemán en el lobby del hotel vestido de traje, yace en el lujoso piso viendo como se le va la vida, reprochándose —tal vez— esa suerte de venir a morir tan lejos de su tierra como un pendejo; él tan exitoso, tan prolijo, acostumbrado a evaluar riesgos y mitigarlos, seguramente recibió más de una advertencia de sus colegas acerca de lo peligroso que suelen resultar estas ciudades tercermundista. Volviendo a su imagen, lo imagino calculando cuáles serían sus posibilidades de salir con vida de este desenlace. La frialdad emocional que le caracteriza le sugiere presionarse el abdomen con ambas manos, tratando de detener así la hemorragia que no hace más que teñirlo todo de rojo y de luto. En ninguna reseña encontré información acerca de su familia. ¡La protagonista de la tarde ronda el lugar!
A pocos metros de distancia, entre el asfalto y la descuidada jardinería está tendido el cadáver de su verdugo. A simple vista, un chamo mucho más joven que su víctima y que su victimario. La gorra medio puesta y el arma que lo incrimina. A pesar de su juventud, quizá no era la primera que incurría en una operación de este tipo. Acostumbrado a librarse de la muerte, actuaría por puro instinto y práctica. Sin un plan B en caso de que algo saliera mal. Rastrear a la presa hasta que sienta el impulso de atacar, besar la cruz que cuelga de la camándula y pedirle en su léxico a diosito que no lo deje pagando. Aferrarse a la bicha y entrar en acción. Qué pasó en los siguientes minutos es historia que de a poco pasará al olvido. ¡La muerte se apoderó del lugar!
La bicha después del ruleteo burocrático irá a parar a manos de otro joven dispuesto a jugarse la vida porque esa chamba alguien la tiene que hacer. Del otro lado del charco, otro ejecutivo europeo se toma una copa de vino en el lounge, esperando por el vuelo que lo llevará a Caracas, porque los rentables negocios que dejó el finado en curso no se pueden dejar fallecer.
A lo lejos tarareo aquella pegajosa canción: “…y dibujaron su muñequito e´tiza en la acera…”