Hace un mes que regresamos de vacaciones. En el ínterin Maia cumplió 18 meses. Muchos pasos, siempre agarrada de mis dos manos, aferrada a mi dedo indice como quien se deja caer confiando en el paracaidas.
Desde Madrid hasta Cabudare; paseando por Caracas, Boconó, Tucacas, Madrid otra vez, entonces Amsterdam, Ede, Arnhem, Utrecht...
Cuando crezca no recordará nada de este viaje. Muy poco tiempo de vida y mucho menos aun de estadía. Te mostraremos las fotos y quizá no te causen mayor emoción porque carecen de todo aquello que nos hace poner la piel de gallina: los sentidos.
Sin conexión sentimental, sin olfato ni sabor, tu cerebro intentará en vano buscar en la memoria algún indicio de que si estuviste allí.
En cambio a mi me tomó de sorpresa un recuerdo de la infancia mientras visitabamos la granja de las panquecas donde había gallinas, venados, burros, pavos y chivos.
Ese olor a corral donde pasan la noche los chivos, chivos holandeses, pero chivos al fin, me invadió de repente y sin darme cuenta me puso sentimental. El mismo olor que en mi infancia tanto percibí en esos días que pasaba en El Limoncito y El Silencio.
De repente sentí nostalgia por Coro. Este ha de ser el primer viaje a Venezuela de vacaciones donde no voy a Coro y la trampa en mi memoria estaba tendida. Quizá si hubiese ido a Coro no me habria sentido como me sentí ahí en medio de la nada, en ese pueblito holandés.
Pero no se trata de mí, mi vida desde hace 18 meses dejó de tratar sobre mi. Todo gira en torno a ti, a tus ganas de dar pasitos agarrada de mi indice, a tu respiración, a tus balbuceos, a tus abrazos y a tu olor.
Aun no caminas solita, espero con ansias verte hacerlo. Pasito a pasito nos vemos en el próximo post.
