Los cambios graduales son difícil de percibir. Cuando me di cuenta de lo que abajo cuento, ya era bastante pronunciable el cambio de tamaño.
Siendo yo de
altura promedio (metrosetentaycinco), de manera mecánica agachaba la
cabeza para ver a otros a los ojos, mientras a su vez los demás inclinaban la
suya hacia arriba para verme a la cara. Incluso hubo quien no veía desde hace algún
tiempo (antes de ser electo Presidente) y cuando coincidimos en mi palacio me dijo: !señoría, cómo que me estoy encogiendo! Es
normal asumir que el cuerpo humano se degrade, no que se desarrolle a medida
que envejece.
Como las prendas
de vestir seguían viniéndome a la medida, suponía que mi delgadez compensaba una
cosa con la otra, porque desde que perdí peso concienzudamente había adoptado
la postura de mantener la espalda más erecta.
Terminé acostumbrado
a que quienes venían a verme a mi despacho levantaran su cabeza al hablarme y
yo una que otra vez agachar un poco la mía para dirigirme a los más sumisos. Me
sentía el hombre mas gigante del mundo.
No fue sino hasta que me reuní con el Rey, cuando
supe que había alguien más gigante que yo. Tan gigante era el monarca que aun
sentado en su trono, y yo de pie, tuve que estirar lo más posible mi cuello para
siquiera no verle a los ojos pero a su papada, en simultaneo, naturalmente su merced miraba hacia abajo como todos los reyes y seres superiores lo hacen.